El pasado 26 de mayo tuvimos una nueva cita con las urnas (esta vez por partida triple) y los españoles hemos vuelto a dejar claro que la política no nos genera indiferencia, sino más bien, lo contrario.
Con un votante hastiado de que los políticos le llamen con tanta frecuencia para preguntarle cómo quiere ser gobernado (recordemos que es la sexta vez que somos llamados a las urnas en menos de cuatro años), España parecía querer pintarse la cara por completo de rojo, salvo el siempre estable País Vasco peneuvista y la polarizada Cataluña. El “panorama” se presentaba, a mi juicio, de la siguiente manera:
Por el centro y la derecha, todavía en estado de shock un mes después de la debacle del 28 de abril, nos encontrábamos con un Pablo Casado muy cuestionado y un Albert Rivera muy crecido, que pugnaban por erigirse líder de la oposición y comprobar si se confirmaba el temido (o esperado) sorpasso. Todo ello con un Vox temeroso de desinflarse tras no haber alcanzado sus expectativas en las generales.
Por la izquierda, la situación era bien distinta (ya se sabe que la alegría va por barrios, oiga). Un Pedro Sánchez de nuevo ágil, daba la orden de que todos sus candidatos mantuvieran un perfil bajo y sin cometer errores, designando incluso a su ministro de exteriores, un experimentado fontanero de las instituciones comunitarias como Josep Borrell, cabeza en las listas europeas. El plan era perfecto, las encuestas cuadraban y la estocada al centro derecha estaba lista para producirse. Incluso Madrid iba a ser socialista 25 años después. Solo había un requisito: que Unidas Podemos (y sus confluencias) aguantaran a flote.
Todo quedaba visto para sentencia este domingo, hasta que llegó ella: Isabel Serra, candidata de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid y quien, a pocos días de la cita con las urnas, pronunció la siguiente frase: “La sanidad pública no debería aceptar donaciones de Amancio Ortega” (para el que todavía no lo sepa, el empresario había donado, de nuevo, más de 300 millones de euros para la lucha contra el cáncer). A ella le siguieron Pablo Iglesias, Irene Montero, Echenique o Monedero, para, no solo reafirmar esas declaraciones, sino ir todavía más allá. Acusarle de millonario sin corazón, de defraudador y de explotador. Y ahí se torció todo. Moncloa, Ferraz y hay quien dice que hasta la mismísima Manuela Carmena, enmudecieron; pero una gran parte de la sociedad (colectivos médicos, enfermos, familiares y un largo etc.) gritó “hasta aquí hemos llegao” muy alto. Los mentideros políticos incluso cuentan que dirigentes del propio Unidas Podemos locales, especialmente los de las mareas en Galicia, salieron en tromba para desmarcarse de toda polémica. Sin embargo, el daño ya estaba hecho. Como resultado, Unidas Podemos y sus confluencias se han dejado por el camino más de 860.000 votos, 68 diputados autonómicos y, a excepción de Cádiz, todas las alcaldías “del cambio”, incluidas, por supuesto, las gallegas.
El resto de la historia ya la conocen: el PSOE continúa creciendo, pero ha perdido una oportunidad de oro para conquistar Madrid; el Partido Popular, a pesar de todo, está en disposición de recuperar la capital de manos de Carmena, nuevas capitales de provincia y conservar la Comunidad; Ciudadanos sigue ganando terreno poco a poco y se erige como decisorio en buena parte del país y Vox se ha hecho mayor, ahora quiere entrar en gobiernos. ¿Qué pasa con Pablo Iglesias e Irene Montero? Dicen las malas lenguas que van a cambiar la decoración del chalet y han pedido presupuesto en un tal Zara Home.
Si bien nos aguardan unas semanas de negociaciones, filtraciones y debates para conocer los futuros pactos municipales y autonómicos, a los que nos gusta la política, sabemos que el postureo no es algo exclusivo de los influencers. Y quién sabe si, después de los resultados obtenidos por Unidas Podemos, algún ya exdiputado o exconcejal, comienza a ponerse y a promocionar ropa del Grupo Inditex en sus redes sociales, porque, aunque a sus dirigentes no les guste, en España, la gente viste de Zara.
